Bajo la calificación de alimentos funcionales se encuentran productos de todo tipo, como yogures con bífidus, zumos con calcio, leches con fitoesteroles de soja e incluso refrescos y golosinas, a los que les han añadido vitaminas para "disfrazarlos" de alimentos sanos.
El tomate, por su contenido en licopeno, es un alimento funcional de forma natural*, mientras que otros se convierten en funcionales de forma artificial. Los alimentos enriquecidos no son necesarios, aunque algunos de ellos (como la leche enriquecida en vitaminas A y D) sí pueden tener efectos beneficiosos sobre nuestro organismo. Desafortunadamente, dentro de este tipo de productos se encuentran muchos que como alimentos básicos no son nada aconsejables. Así, un refresco, una golosina o un dulce, nunca serán alimentos sanos por muchas vitaminas que se les añadan.
Por otra parte, la cantidad de sustancias, supuestamente beneficiosas, que se añade a este tipo de alimentos es, en muchísimos casos, ridículamente pequeña, por lo que no resulta efectiva. Las campañas de márketing, jugando con nuestra falta de formación en esta materia, crean en nosotros una necesidad para después ofrecernos un producto que la satisfaga, con lo que acabamos creyendo que todo lo que se anuncia, nos beneficia de uno u otro modo.